El chillar de la tetera le avisaba que ya era la hora de su café. Dejó su libro sobre el escritorio y se levantó para preparar su infusión de cafeína y azúcar refinada. Hacía dos días que no podía dormir; el estrés ocasionado por los estudios ese año habían sido muy pesados.
Su celular comenzó a sonar, era el número de su amiga quien estaba preocupada por Leonor, se había sumergido en una vida ermitaña. Miró su celular y lo apagó para volver a sus estudios. Tomó su libro, pero sintió que algo la estaba mirando. Miró de reojo la solitaria habitación y vio una sombra recorrer el lugar.
Se levantó estrepitosa tirando sin querer su taza de café recién servido sobre todo el escritorio. Con una mueca de desprecio y frustración se levantó a buscar un trapo sacudiendo a la vez su libro que acababa de decorar con manchas de cafeína. Se acercó a la bacha cuando vio a sus espaldas una persona extraña que salía corriendo de la habitación y se metía al baño.
Soltó su libro y el trapo que se estrellaron contra el parquet de la habitación. Tocó la puerta del baño y esta se abrió lentamente, no había nadie en el sanitario, pero juraba haber visto algo. Se lavó la cara pensando que quizá sea una ilusión ocasionada por la falta de descanso.
Miró el espejo y se peinó reordenando su cabello. De pronto, su reflejo le guiñó un ojo y ella parpadeó pensando haber visto una ilusión. Pronto se dio cuenta que no era su imaginación y palideció. Tocó el espejo para asegurarse de que no se tratase de una broma ocasionada por su subconsciente.
Una mano atravesó el espejo y una risa diabólica se dejó escuchar. Con una mirada endemoniada fue estirada a través del espejo y su cabeza comenzó a chocar contra él. Empezó a estirar luchando contra sí misma y la mujer que estaba en su reflejo la miraba hambrienta.
El espejo se rompió y con él su reflejo vino abajo cortando su mano y parte de su cara. Las astillas del espejo se incrustaron en sus ojos, se arrastró por la habitación y un cuerpo salía de los restos del vidrio roto. La tomó de las piernas y la arrastró hacia el interior del baño cerrándola de un golpe. Los gritos de Leonor se enmudecían en la soledad.
El silencio invadió el lugar y la puerta se volvía a abrir. Salió Leonor como si no hubiera pasado nada, tomó su celular y lo encendió arreglando su cabello y su ropa como si hubiera dormido mil años. Miró los restos del espejo y sonrió.
J. PALADAN.