Sandra cumplía un año más. Sus padres adoptivos le habían decidido celebrar su décimo cumpleaños la noche de luna llena. No sabían nada de ella, tampoco sabían cuando cumplía años, pero habían elegido el día en que la encontraron en un canasto extraño en la puerta de su casa.

Ella no hablaba, habían pasado cinco años desde que la encontraron y desde entonces la niña no había pronunciado ni una sola vocal, callada como una roca, pero de mirada dulce y perdida. Era una niña extraña, pero la amaban.

Ese día decidieron que sería buena idea hacer una celebración con pastel casero y una cena en conmemoración por un año más de vida de la niña que era demasiado extraña para su edad. Los padres de Sandra solo la tenían a ella y habían agradecido a los cielos el regalo de haberla encontrado ya que no podían tener hijos.

Vivían en el bosque, cerca del pueblo, pero no tanto. Mariana que era la madre de Sandra había preparado un pastel de chocolate casero y Joe había pasado la tarde en el bosque cazando algunas perdices para la cena. La noche había caído rápidamente y Mariana encendía la chimenea para calentar la noche que estaba perdiendo el calor del sol.

Se sentaron a la mesa a dar las gracias cuando de pronto la niña que nunca había hablado comenzó a gritar.

—¡Ahhhhhhhhhhhh!

Mariana y Joe quedaron petrificados al ver a la niña gritar por primera vez, pero de un modo escalofriante.

—¡Me viene a buscar! —gritó la niña señalando a la ventana.

Mariana entró en pánico y pegó un grito de horror al ver por la ventana un ave gigante sin plumas con cuerpo deforme que los estaba observando. Joe se abalanzó en busca de su escopeta sin entender lo que estaba ocurriendo. La niña se levantó huyendo de la casa mientras Mariana trataba de detenerla y Joe cargaba la escopeta tirando los cartuchos en todo el piso con las manos temblorosas.

—¡Sandra no te vayas! —gritaba Mariana y el demonio con forma de ave al verla salir hacia el bosque tomó vuelo y se lanzó sobre la niña.

Joe pegó un escopetazo hacia el animal, pero este no se inmutó en prestarle atención. Tomó a la niña con sus garras y abrió su enorme pico que parecía un costal para meter a la niña y empezar a engullirla.

Mariana y Joe no podían creer lo que estaba ocurriendo, aquel monstruo sin plumas se estaba tragando a la niña la que seguía gritando y gimiendo; pidiendo a gritos por sus padres quienes no podían hacer nada por ella.

El monstruo sin plumas los miró y sin parpadear tomó vuelo dejando a los padres que aquella noche volvieron a quedar solos.

J. PALADAN.

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